domingo, 26 de junio de 2011

Cuerpos por cuerpos.

Uñas por dientes y labios por labios,
comercio de pasiones y atropellos,
trueque de perversiones y resabios.

Comienzo en sus cenizos cabellos,
plagados de infinitas cabriolas
que danzan al ritmo de mi resuellos,

en cumbres culminadas en areolas
y valles enterrados en albos cueros,
en iris castaños que me controlan.

Y no acabo pues quedo muerto,
postrado entre mechones y corolas.
Aquí, bajo el candor de su sexo.

domingo, 19 de junio de 2011

Incertidumbre.

La llama de un vela oscilaba suavemente al ritmo de los suspiros de dos cuerpos condenados a desearse mutuamente. La incandescencia proyectaba sus siluetas en la pared, reproducía en la pantalla de yeso la ceremonia por la cual sus perfiles se condensaban en un solo contorno. La combustión de sus corazones daba melodía al accidente natural y el ambiente, atestado de partículas de sudor suspendidas en el aire, comenzaba a caldearse.

No eran más que dos sombras sudorosas, dos imágenes impresas en un muro blanco que no alcanzaban a razonar nada más de lo necesario para evitar la separación de sus perfiles. No les importaba lo que pasaría cuando las llamas se apagasen, eran incapaces de concebir lo que ocurriría cuando el candor que habitaba en su pecho se fuese con el último ápice candente de la vela y sus contornos se perdiesen en la oscuridad.

A pesar de su indiferencia, la incertidumbre reinaría en aquel momento -en su feudo, la oscuridad-, siendo ésta la incapacidad de ubicar sus siluetas en las tinieblas, la imposibilidad de localizar fríos contornos rotulados en el níveo mineral, en tener que hallar la certeza de su existencia lanzando las yemas de sus dedos al vacio, tratando de pescar un mechón de pelo, unos labios o un cuello en la oscuridad, acariciarlo y confiar en que pertenezca al cuerpo que originaba la sombra. Porque la extinción de la llama no supone nada.

jueves, 16 de junio de 2011

Limpieza.

Limpiar. Qué poco me gusta. Aún así, he de reconocer que tras este acto se encuentra un proceso de purificación terrible. Ayer le dedique 4 horas a esta labor. Amontoné, clasifiqué, recogí, le di algo de forma al caos que habitaba en el recinto de mi habitación y elegí. Escogí aquello que quería que perteneciese al presente de mi existencia y deseché aquello que por una razón o por otra prefiero dejarlo en el pasado. Alejé todo aquello de lo que ya no pretendo estar rodeado, pero no lo destruí, lo reciclé. Todo era papel, cosa importante porque el hecho de reciclar este material lleva inscrito la magia. Es fascinante saber que aquel folio en el que aprendiste a derivar otro aprenderá a sumar, que en aquel trozo de papel el que declaraste tu amor, otro dibujará la silueta de su ángel no correspondido. Y por qué no alguien, quizás, te dedique unas palabras en la misma página en la que tu lo hiciste una vez a otra persona. Todo fluye y se renueva con fantasía. Recicla.

Un cordial saludo.

lunes, 13 de junio de 2011

Selectividad.

Nervios. Lo inundan todo. Las caras de aquellos que se van a enfrentar a su futuro así lo manifiestan. Los jóvenes buscan con impaciencia el aula en la que tienen que demostrar en hora y media todo lo aprendido en una vida. Buscan sus carnets de identidad en sus bolsillos, bolsos, carteras o mochilas. Se lo llevan a la boca, lo muerden con fuerza mientras sus ojos se desplazan horizontalmente a una velocidad vertiginosa a lo largo de un folio repleto de apuntes. No sirve de nada pero el sujeto aprovecha la mínima oportunidad para rascarle algo de conocimiento a los inertes trozos de papel. Los llaman y acuden en trompa hacia la voz que pronuncia sus nombres. Enseñan sus carnets y entran en el aula dándole golpecitos a la foto en blanco y negro impresa en el trozo plástico. Nervios, nervios y más nervios. El joven mira a su alrededor y se encuentra con los de su especie, intenta consolarse con las caras de desubicados que éstos visten. La técnica parece funcionar.

Otra persona ha aparecido de la nada con un sobre marrón en la mano, lo abre y el instrumento de juicio aparece bajo el papel marrón. Se reparten y el chaval se pone manos a la obra. Acaba y los nervios desaparecen, hasta el próximo examen.

¡Oh! Qué curioso es observar al ser humano, qué curioso es apreciar la manera en la que trata de alcanzar sus fines. Es precioso verles las caras a estos especímenes a medio desarrollo cuando acaban selectividad. Es mágico cómo se elevan hacia su propia nube, un lugar en el que no quieren visitas que traigan con sigo estas palabras:"la vida sigue".

domingo, 12 de junio de 2011

Pues vaya, qué desengaño.

¿Qué sentido tiene estudiar para seguir estudiando en una existencia en la que no se vive para seguir viviendo? Trabajar dirán algunos. Qué triste, digo yo.