sábado, 8 de octubre de 2011

Proximidad.

Iba en el metro y miró a su alrededor, era hora punta y la gente abarrotaba los vagones. Él, aturdido por la multitud que hablaba, gritaba, mendigaba y leía acomodado a los vaivenes, tenía que apartar para poder hacerse un hueco a esa mujer que conversaba a voces con su hermana por teléfono, a ese ecuatoriano que escuchaba música con sus cascos rojos de marca o esa quinceañera que chateaba, preocupada, con su amiga por el examen de la semana próxima. Seguía examinando a quién le rodeaba, los sentía físicamente, notaba como le robaban el aire que flotaba, usado, en aquella estancia. Percibía codos ajenos incándose en sus costillas. No podía dejar de mirar a aquella muchedumbre preguntándose si realmente escuchaba la conversación familiar de aquella señora o la música que escapaba de los auriculares rojos. Comprobaba una y otra vez como, efectivamente, allí estaba toda ese gentío, compartiendo 30 metros cuadrados con él. Aún así, todo era una ilusión que efervescía en el líquido de la realidad. Allí no había nadie. Solo ella.