comercio de pasiones y atropellos,
trueque de perversiones y resabios.
Comienzo en sus cenizos cabellos,
plagados de infinitas cabriolas
que danzan al ritmo de mi resuellos,
en cumbres culminadas en areolas
y valles enterrados en albos cueros,
en iris castaños que me controlan.
Y no acabo pues quedo muerto,
postrado entre mechones y corolas.
Aquí, bajo el candor de su sexo.
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