miércoles, 11 de septiembre de 2013

Un hombre del paleolítico



Cuando Agustín hubo decidido que se iba a suicidar, anduvo por todo el piso en cuclillas y maullando en busca de Fernandita. La encontró durmiendo detrás de una cortina. Le pellizcó un pezón para despertarla y le miró a los ojos: «No, no, no te pongas nerviosa, no me arañes, mi gatita preciosa, que soy yo. Qué mona estás recién levantada, Fernandita... ¿Sabes qué? Que tengo noticias, que me suicido. No sé cuando, pero está decidido. Lo que no tengo claro es el cómo. Algo que no duela. Rápido. ¿Tú sabes de algo? ¿O los gatos no os suicidáis? ¡Claro que no! ¿Cómo os ibais a suicidar si no tenéis razón? No razón de estar en lo cierto, sino raciocinio, pensamiento, filosofía, esencia pensante. ¿Comprendes Fernandita? Tú no tienes de eso y por eso no te suicidas... Yo es que eso de la razón lo gasto mucho, es un defecto, lo sé. Le doy muchas vueltas a las cosas, y después de pensar mucho las cosas ninguna acaba por ser cierta. Que todo es mentira, ficción, humo. ¿Me sigues? No, no te vayas, Fernandita, ven aquí, yo te cojo; mírame, mírame con esos ojitos que me tienes. Yo tengo que ser como Manu, cuando dice aquello del paleolítico. ¿Te acuerdas de lo que decía? Sí, que él tendría que haber nacido allí, en el paleolítico, cuando todo era cazar y recolectar. Bueno, y también procrear, eso también, Fernandita. Pues eso: nacer, cazar, recolectar y procrear; y mientras tanto a andar !A ser nómada! ¡Qué vida la del hombre del paleolítico! Y fíjate tú que ya es mala suerte, porque el paleolítico ocupa el noventa y nueve por ciento de la existencia del ser humano, que lo he visto en la Wikipedia. Ya tenía que nacer yo en este uno por ciento tan complejo, porque estos tiempos en los que vivimos son muy complicados ¡Hay que tener tantas cosas en la cabeza para poder vivir! Que si cultura, que si religión, que si ideología, que si dogmas, que si supersticiones, que si ley... Y al final ni una cosa ni la otra ni la de más allá. Dime, Fernandita, ¿qué hago yo en un mundo como este? Si todo es humo, ¿por qué es todo tan complejo y abstracto? Ahora me entiendes, ¿no? Ahora entiendes cuando digo que prefiero vivir en el paleolítico. Allí ni miedo a la muerte, porque te morías y te habías muerto. Era lo que había. Todo era muy corpóreo, empírico. Ahora, somos muy abstractos; demasiado espirituales. ¡Y qué mierdas será el espíritu!»

Agustín se quedó aturdido un instante, intentado definirse la palabra "espíritu", y la gata aprovechó el fugaz descuido para escabullirse de entre sus brazos e irse a esconderse a alguna parte del piso.

«Ya ni tú me quieres escuchar, Fernandita. Si ya sé que sueno pedante, pero... pero no puedo evitarlo. Por eso yo querría ser un hombre del paleolítico; un hombre cuya conciencia crítica estuviese adormecida por el sempiterno caminar, por el hambre, y por los impulsos sexuales. !Ah...! Sería todo tan sencillo, eh, Agustín. La culpa la tienen los filósofos, por pensar. Qué malo es el tiempo libre. No, no, rotundamente no. La culpa es de los vagos, que lo buscan. El tiempo libre es tiempo como otro cualquiera. Como si el tiempo, que no es nada, pudiera tener la culpa de algo. Los haraganes y maleantes son los culpables. Esos filósofos y sofistas aburridos son los culpables de todo esto. ¡Maldito Platón! ¡Maldito Aristóteles! ¡Ay! Si ellos hubieran sido hombres del paleolítico, qué diferente sería todo ahora. Sería mejor, mucho mejor, sin duda. Más sencillo y más fácil. Ya me imagino yo a Platón corriendo detrás de un antílope con una piedra en la mano... y no pavoneándose de sus mundos, sus soles y sus ideas frente a una panda de chiquillos aburridos a los que le interesan todas esas patrañas. ¡Qué buena imagen esa!»

Cansado ya de su propio monólogo, se acercó a la cocina a prepararse un café: calentó la leche en el microondas, le echó una cucharada de café soluble y otra de azúcar, y cuando ya tenía la taza humeando entre las manos se dijo: « Si este a este cuerpo ya le queda poca traca, a esto habrá que echarle un chorro de orujo». Cuando Agustín se estaba echando el orujo en el café, Fernandita entró en la cocina con disimulo y se fue hasta su cuenco con agua. 

—¿Tú también quieres, verdad? —y mientras lo decía dejaba caer el orujo en el cuenco.

«A ver si borracha te apetece escucharme, que esto es serio. Te estaba diciendo que me iba a suicidar y te has ido. Ya sé que no hemos avanzado mucho; ni si quiera hemos decidido aún el cómo. Pero dejemos eso para el final, bueno, para lo último dejaremos la muerte, el cómo lo dejaremos para lo penúltimo, ¿no crees? En internet seguro que hay millones de ideas ingeniosas, indoloras y rápidas. Lo que importa ahora es el cuándo. ¿Hoy? Hoy es muy precipitado, apenas me he hecho a la idea y hay muchas cosas sin decidir aún. ¿Qué tal el domingo que viene? Sí, el domingo es un buen día para el suicidio. Descansaré todo el día y por la noche lo hago. ¿O no? ¿Será mejor morir de buena mañana o descansado y por la noche? Yo creo que por la noche mejor... ¿No? ¿No dices nada, ni si quiera un maullido? ¡Fernandita! ¿Qué vas borracha ya? ¡Claro! Si no has parado de tragar... ¡Y qué haremos contigo! ¿Te suicidarás conmigo, no? No, mi gatita preciosa, no me mires con esos ojos. Vale, no te llevaré conmigo; tú te quedas aquí con lo abstracto y lo complicado. Si es lo que quieres... ¿Pero de verdad que te vas a quedar sola? ¿Y quién te pone de comer a ti y te cuida? Freddy Mercury dejó sus gatitos al morir, pero se los dejó a su ex-mujer a cambio de la mitad de su fortuna. Yo ni tengo ex-mujer ni fortuna; tan solo a ti, Fernandita, y si me dices con esos ojitos que no te quieres venir conmigo, pues ya está todo dicho. Pero yo tampoco te puedo dejar aquí: sería cruel. No, eso no. Me puedo esperar. Sí, justo, eso haré. Tengo toda la vida para suicidarme. ¿Qué te parece si me espero a que te vayas tu primero y ya me suicidaré yo luego, total, ya estás mayor, sigues siendo preciosa, pero te pesan los años, Fernandita.»



Fernandita se quedó dormida allí mismo y Agustín, que ya se había acabado el carajillo, se rellenó el vaso de orujo y se sentó junto a la gata hasta que se le ocurriese algo que contarle y la despertase con un pellizco en un pezón.

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