domingo, 18 de septiembre de 2011

Palabras.

Las palabras van y vienen, fluctúan, se contraen y se dilatan, se diluyen en la brisa del abandono. Solo son letras encadenadas. Una tras otra. Amalgamas de tinta o vibraciones que dan lugar al sonido. Las palabras son criaturas condenadas al martirio del olvido. Las palabras se las lleva el viento, dice el refranero popular. Y con lo que el viento no puede acabar, lo harán las llamas alejandrinas.

Todo se encuentra supeditado a los caprichos del devenir. Confiar en las palabras es encomendarse a la destreza de la suerte para solidificar el aire o el papel en hechos. Aquel que lanza aseveraciones y favores al aire desconoce el futuro. Sus afirmaciones son inertes, cargadas de un sentimiento o una intención que no son reflejadas al articular vocablos. La cuestión es creer en los propósitos con los que éstas son liberadas al igual que en aquel que las hace libres, las palabras. Confiar en el ser humano y no en lo que éste dice. Ceder ante la idea de que este hará todo lo posible para adecuar el devenir a aquello que dijo, de cumplir su promesa.

Ahí reside la diferencia entre el político y el amante o el amigo.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Ser o no ser.

No volvió a ser el mismo. Aquel hombre de andares acompasados y férrea rigidez caminaba ahora cabizbajo, mostrando una debilidad palpable en los rasgos de su rostro. Sus ojos de verde iridiscencia parecían ahora dos canicas erosionadas por el roce contra el suelo, la esclerótica ya no era la perla que deslumbraba a aquel que se atrevía a observarla antaño y su iris se tiñó de marrón. Las lágrimas, al igual que la lejía, limpian y purifican en pequeñas dosis pero descoloran y secan cuando éstas son elevadas. Quién lo ha visto, quién lo ve y sombra de lo que fue. Aquel ser errante nunca se recuperó, no pudo recuperar esa energía vital que hace que los huesos no se curven bajo el peso del mundo, que los rasgos de la cara abandonen su estado de demacración y se mantengan tersos y relucientes. No, no pudo con aquello. Poco le importaba que aquel éter vital ya no circulase por sus venas y arterias al igual que ya no le molestaba haber perdido el tono áureo y la suavidad de su cabello, podía malvivir llevándose la mano a la cabeza, estirar con fuerza y contemplar con nostalgia el negro y áspero mechón que acababa de extirpar. Había aprendido a convivir con las lágrimas y con la impotencia, ahora amigas íntimas.

Lo que no le permitió recuperarse es que cuando se plantaba frente a un espejo, su columna vertebral se erguía hacia el cielo con una compostura digna de una estatua, la luz que sus verdes ojos le cegaba y el tirón de pelo que en su mano contemplaba negro como el carbón era rubio en el reflejo. Cuanto más se arrastraba por el suelo, más soberbia era la silueta reflejada. Cuanto más se lamentaba uno, más reía el otro. El abismo existente entre aquellos dos entes le hundía en la desolación más terrible que aquella pobre vida conoció. La incertidumbre de no saber quién eres.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Crear o destruir.

Concebir o asesinar. Escribir o quemar. Construir o demoler. Criar o abandonar. Plantar o talar. Curar o envenenar. Perdonar o culpar. Limpiar o ensuciar. Edificar o detonar. Elogiar o calumniar. Decir la verdad o mentir. Idear o plagiar. Comprar o robar. Amar u odiar. Crear o destruir; todo se resume en eso. Cuán difícil es crear en comparación con la sencillez que supone destruir. Supongo que si acabar con el trabajo y el esfuerzo de alguien de un plumazo no fuese tan sencillo, el sudor y la sangre derramada empleada en crear no tendría valor.

martes, 6 de septiembre de 2011

Doctor, Doctor.

-Buenas noches doctor.

-Hola Raúl ¿A qué se debe tu visita?

-Necesito tratamiento urgente, soy gilipollas.

-No te preocupes, es una enfermedad muy común, aún así, antes de precipitarnos, coméntame tus síntomas.

-Veamos... es complicado, últimamente sufro de insomnio doctor, un tormento desconocido me azota en la oscuridad de la noche, es extraño, el sueño me domina pero mi cuerpo no se entrega a él, aún con la mente en blanco.

-Ahá, comprendo...

-La cosa no acaba ahí, la lista de males continúa y al insomnio le siguen los cambios de humor, es... es... difícil de expresar doctor.

-Tengo toda la noche, adelante.

-Digamos que hay instantes en los que querría lanzarme con los brazos abiertos contra todo el mundo, respecto a lo de todo el mundo me refiero a las personas allegadas, usted ya comprende. En cambio, en otras ocasiones, fíjese usted como son las cosas, que el cuerpo, la mente o el alma, como quiera llamarlo, me arrastra hasta la soledad más hermética, de la que se alimentan el resto de mi lista de achaques.

-¿Quieres decir que aún hay más síntomas?

-No muchos más, algunos, pero no se vaya a pensar usted que soy hipocondríaco o algo así, simplemente quiero un diagnóstico acertado. No me malinterprete, no dudo de su precisión, solo es para mí tranquilidad.

-No te preocupes, ya le he dicho que tenemos tiempo de sobra, así que tranquilízate que te noto algo tenso y continúa con tu oratoria.

-De acuerdo, espérese que recupere el hilo... uhm... ¡Ah sí! Estaba acabando de decirle lo de mis cambios de humor. También sufro de una nostalgia irremediable la mayoría del tiempo, me vienen cosas a la cabeza, reflejos, flashes e instantes que poca lógica tiene adherirlas a mis reflexiones presentes, digo yo, quizás me equivoque... quizás, quizás... ¡Malditos quizases! ¡Estoy harto de ellos! Aparecen por todos lados, agrietan tus decisiones, se cuelan entre la ilusión de tu certeza, lentamente, como el agua en las rocas cuando se congela, se filtran cuidadosamente y cuando la temperatura baja, el agua, al igual que la duda se hace más sólida que la propia roca y la resquebraja haciéndote creer que el hielo es roca y que la duda es certeza. Entonces crees que una cosa es la opuesta hasta que el calor del alba derrite el agua y funde la solidez de la duda, devolviéndola a su estado líquido [...] Perdone doctor, como ya le he dicho, mi estabilidad anímica no es la más consistente.

-No padezcas Raúl, te comprendo y entiendo tu desazón, créeme.

-¿De veras? Entonces supongo que estaba en lo cierto, soy gilipollas entonces.

-No creas Raúl, aunque nunca hay suficiente información para descartar tal cosa, yo creo que es solo un síntoma más, hablo de que te sientas así, imagino que en tu lista también habrá algo de frustración y angustia ¿ Me equivoco?

-Ahora que lo dice sí, se nota que usted sabe de esto. Me inquieta eso que dice, que el hecho de que me sienta así es solo algo que forma parte de mi enfermedad.

-Yo no he dicho que estés enfermo, el cuerpo reacciona a ciertas situaciones de determinadas maneras. Y lo que creo, es más, estoy seguro de que todo ese conglomerado de síntomas señalan hacia una dirección. Raúl, tienes miedo.

-¿Miedo? ¿De qué habla doctor? Si hay veces que me flagelo por lo contrario, por no sentir nada de él, me pregunto constantemente por qué no me domina cuando en una situación así él debería controlarme a su merced.

-No hablo de ese tipo de miedo, Raúl, aún así es curioso eso que me acabas de comentar. Hablo de un tipo de éste poco común, es más, no sabría si calificarlo como tal. Digamos que es el malestar que el conocimiento de un cambio inminente provoca en el paciente. No es nada grave.

-¿Me receta algo?

-Calor humano, todo el que tu cuerpo pueda absorber. Abraza y déjate abrazar. Amigos, familia y amante. Dedícales los días y horas previos al cambio y verás como tu estado remite hasta desaparecer.

-Muchas gracias doctor, eso haré.

-Oye Raúl, una última cosa como doctor antes de que te vayas ¿Cuándo dejarás de hablar contigo mismo?

-Que sepa que no está mal tenerle a usted como alter ego, esto todo un honor, nunca sabe uno cuando va a necesitar un doctor. Así que creo que usted va a poder cansarse de mí.

-Será un placer, no olvides pagar al salir, en efectivo, como siempre.

-Así será. Un cordial saludo doctor, nos vemos.

lunes, 5 de septiembre de 2011

La historia de una historia.

Una historia no acaba nunca, solo da paso a otra. Lo que parece ser el final de una es el comienzo de la siguiente. Puedes intentar deducir donde comienza tu historia, cuál es el principio de tu existencia, pero tendrías que buscar la respuesta en las historias de tu madre y de tu padre y en las de sus antepasados, en todos y cada uno de ellos. Así eternamente hasta alcanzar la conclusión de que las historias tampoco tienen comienzo. Todas éstas se aglomeran en una; la historia de la vida, y ésta a su vez se desglosa en cada una de las infinitas y diminutas particiones de tiempo que la experiencia o la imaginación dan lugar.

Las historias se cuentan, se escriben, se imaginan, se sueñan y sobre todo se viven. Las historias están hechas para ser compartidas, pueden existir o no hacerlo; pueden tratar sobre dragones o sobre la crueldad y la bondad del ser humano. Cuando se trata de historias no hay límite. Son la esencia del ser humano, la razón y la pasión se hacen uno para dar lugar al jugo del que se nutre la curiosidad, el entendimiento y el entretenimiento.

Sin ellas no somos nada puesto que cada uno de nosotros es una historia, somos algo que contar, un pensamiento, una ideología, una experiencia o un sentimiento. Crecemos conforme nuestra historia engrosa y maduramos a su par. La rectificamos e interactuamos con otras, se crean vínculos entre ellas. Te puedes hacer amigo o enamorar de ellas, o puedes odiarlas hasta el punto de querer que desaparezcan. Incluso es posible que te apene el hecho de que comience una nueva y de que la gran historia de nuestras vidas continúe su curso, arrolladora. El cambio y la renovación es su ley.