lunes, 5 de septiembre de 2011

La historia de una historia.

Una historia no acaba nunca, solo da paso a otra. Lo que parece ser el final de una es el comienzo de la siguiente. Puedes intentar deducir donde comienza tu historia, cuál es el principio de tu existencia, pero tendrías que buscar la respuesta en las historias de tu madre y de tu padre y en las de sus antepasados, en todos y cada uno de ellos. Así eternamente hasta alcanzar la conclusión de que las historias tampoco tienen comienzo. Todas éstas se aglomeran en una; la historia de la vida, y ésta a su vez se desglosa en cada una de las infinitas y diminutas particiones de tiempo que la experiencia o la imaginación dan lugar.

Las historias se cuentan, se escriben, se imaginan, se sueñan y sobre todo se viven. Las historias están hechas para ser compartidas, pueden existir o no hacerlo; pueden tratar sobre dragones o sobre la crueldad y la bondad del ser humano. Cuando se trata de historias no hay límite. Son la esencia del ser humano, la razón y la pasión se hacen uno para dar lugar al jugo del que se nutre la curiosidad, el entendimiento y el entretenimiento.

Sin ellas no somos nada puesto que cada uno de nosotros es una historia, somos algo que contar, un pensamiento, una ideología, una experiencia o un sentimiento. Crecemos conforme nuestra historia engrosa y maduramos a su par. La rectificamos e interactuamos con otras, se crean vínculos entre ellas. Te puedes hacer amigo o enamorar de ellas, o puedes odiarlas hasta el punto de querer que desaparezcan. Incluso es posible que te apene el hecho de que comience una nueva y de que la gran historia de nuestras vidas continúe su curso, arrolladora. El cambio y la renovación es su ley.

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